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Continentes y contenido

"Los árboles no te dejan ver el bosque", esta frase grandilocuente que aparece en películas, libros y artículos suena a discurso filosófico en oferta, pero hay que reconocer que encierra una gran verdad.

Nuestra forma de conocer y de aproximarnos a la realidad nos lleva a sesgar la información e interiorizar sólo una pequeña parte. El actual consumo de la vida está marcado por la velocidad y la fugacidad. Lo que hoy aprendemos u observamos, mañana está olvidado y es normal, no podemos absorber la totalidad de los estímulos que recibimos. Pero de vez en cuando, es positivo romper con nuestra forma de conocer y enfrentarnos a una realidad más amplia, a la versión extendida de nuestro día a día.

Este ejercicio simple de enriquecimiento estimula nuestra imaginación y nos ayuda en los procesos creativos. Pensar diferente es el método más efectivo para alcanzar soluciones únicas y, sinceramente, es mucho más divertido.

Cuando visitamos una gran ciudad es muy típico que quedemos impresionados por sus edificios, su calles, su tráfico, su parques, en definitiva sus estructuras, sus elementos contenedores pero nos olvidamos de su contenido.

En la primera visita a Nueva York es fácil quedar atrapado en una especie de síndrome de Stendahl, bueno y caer en una tortícolis aguda, también. Los edificios aparecen majestuosos ante nosotros, imponiéndose como gigantes inalcanzables, y cuando cae la noche se convierten en columnas iluminadas, un ejército de luciérnagas ordenadas dentro del caos de la ciudad.




Pero este impresionante espectáculo nos hace olvidar que detrás de cada pequeña luz hay una historia, que cada edificio gigantesco alberga cientos de personas con miles de historias sorprendentes y únicas.

Lo que ante nosotros se presentaba como una realidad fría, construida sobre estructuras de metal y espejo, es sólo el cascarón que resguarda miles de entornos diferentes, oficinas, casas, negocios, espacios abandonados... que dan cobijo a miles de personas con miles de sensaciones que se solapan, se comparten o se oponen, pero todas ellas vivas.

Esta nueva visión más humana nos desvela que cada edificio alberga multitud de microcosmos repletos de relatos complejos. En el instante en el que tomamos una fotografía a las moles de cemento, se producen éxitos y fracasos, mueren y nacen personas, hay equivocaciones y aciertos, amores y rupturas, principios y finales.  Pero todo ello no es visible si nos dejamos absorber por la presencia desafiante de los edificios. Los continentes más solemnes están llenos de contenido vivo, sólo hay que imaginarlo para descubrirlo. A veces, para ver el bosque hay que cruzar el puente.







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